El jueves 12 de octubre de 1916, juró Hipólito Yrigoyen la presidencia de la Nación. El acto tuvo, como nota singular, el haber congregado la muchedumbre más grande de la que se tuviera memoria hasta entonces. “Jamás se ha visto en Buenos Aires una demostración de la magnitud de la realizada esta tarde”, aseguró LA GACETA en su telegrama del día siguiente. El caudillo de la Unión Cívica Radical, de 64 años, había triunfado en las elecciones del 2 de abril de ese año 1916. La fórmula Yrigoyen-Pelagio B. Luna obtuvo 372.810 votos, contra los 351.099 que obtuvieron los conservadores, socialistas y demócratas progresistas.

Desde el mediodía, tanto la Plaza de Mayo como la Plaza del Congreso estaban abarrotadas de gente, sin contar los que se aglomeraban en balcones y azoteas y a lo largo de la Avenida de Mayo. La prensa calculaba que eran unas 100.000 personas. Yrigoyen partió en auto desde su casa de la calle Brasil, acompañado por Luna, Rodolfo Oyanharte y José Camilo Crotto. Tanto él como sus acompañantes, vestían frac con chaleco negro y llevaban sombreros de copa.

Entretanto, en el Congreso, a las 15 en punto el presidente Benito Villanueva declaró abierta la asamblea. Se leyeron el acta de la proclamación, las notas de aceptación de los electos, y se designaron las comisiones para recibirlos.

A las 15.15, un toque de clarín anunció la llegada de Yrigoyen y Luna. Bajaron del auto e ingresaron al Congreso por la puerta de calle Victoria. En el “Salón de los Pasos Perdidos”, Yrigoyen se quitó el sombrero, entre abrazos y aclamaciones. Escoltados por los senadores Pedro Soto y Fernando Saguier, los electos entraron al recinto en medio de aplausos. Con “una inclinación de cabeza” saludaron a Villanueva y se sentaron en los dos asientos vacíos a su lado.

Yrigoyen prestó “con voz firme” el juramento constitucional, y lo mismo hizo Luna, ante la asamblea que aplaudía puesta de pie. Senadores y diputados estaban vestidos con el frac protocolar, menos la minoría socialista, que llevaba trajes de calle. Tras “otra inclinación de cabeza a la asamblea”, los flamantes presidente y vice salieron del palacio por la puerta principal, dirigiéndose al carruaje que aguardaba para llevarlos a la Casa Rosada.

Ni bien subieron, narra LA GACETA, “la avalancha de pueblo rompió las líneas de policías y se abalanzó al carruaje, desenganchando los caballos”. Así, “la carroza, empujada por el pueblo, llegó hasta la Casa de Gobierno entre la delirante multitud que, en la Avenida de Mayo, desbordaba las calzadas y los balcones. Desde estos, se arrojaban flores dirigidas al presidente, quien se hallaba impresionadísimo”. En suma, decía el cable, “la policía era impotente para restablecer la circulación”.

En la Casa Rosada, aguardaban al coche empujado por una masa de público, el jefe de la Casa Militar, coronel Campos Urquiza; el introductor de embajadores, Atilio Barilari y otros altos funcionarios, quienes escoltaron a Yrigoyen y Luna hasta el Salón Blanco. Allí aguardaba el presidente saliente, Victorino de la Plaza. Estrechó las manos de Yrigoyen y le hizo entrega de la banda y del bastón, en medio de un estrépito de aplausos. Luego, “visiblemente emocionado”, salió del palacio con varios amigos y tomó su auto en Diagonal Norte y Perú. Mientras, Yrigoyen recibió el saludo de los embajadores en el salón de recepciones, se sirvió una copa de champagne y salió luego al balcón para presenciar el desfile militar.